CASAS EFICIENTES QUE CUIDAN DE LA SALUD
Hay un esquinazo en Guadalix de la Sierra (Madrid) con una casa que parece el decorado de una película. Un tejado a dos aguas cubre una estructura de madera gris azulada con enormes ventanales. En su puerta, un certificado indica que es biopasiva, una vivienda que no solo tiene un ahorro energético superior (y no pierde temperatura) sino que además, el aire que corre dentro es, cuentan, saludable. Es una casa piloto pero está hecha para entrar a vivir. Sirve de oficina a 100×100 madera, una empresa que proyecta casas eficientes y que rozó en 2017 los 1,5 millones de euros de facturación. Afirman que sus viviendas tienen una factura eléctrica de 27 euros al mes, incluyendo el agua caliente.
Nacida en el País Vasco 1993 como empresa importadora de madera de Finlandia, ha evolucionado hasta convertirse en un negocio inmobiliario que trabaja con arquitectos y constructoras. “En el norte de Europa es primordial no perder calor en las casas. Allí les viene de lejos esta forma eficiente de construir. Trabajando como distribuidor de esta madera, te empapas de su forma de ver el medio ambiente y quieres importarla”, apunta Ander Echevarría, fundador del proyecto. No les ha ido mal. Si hace nueve años un máximo de tres familias confiaban en sus soluciones, ahora no bajan de 25 proyectos al año. Raquel Peláez, gerente y cofundadora, defiende que se debe al momento actual que vivimos. “Muy lentamente, pero existe un cambio de conciencia. Aunque sea por la pobreza energética o por el cambio climático, cada vez hay más personas que ven que no se pueden seguir pagando esas facturas, derrochando calefacción y aire acondicionado”.
Las suyas son casas herméticas, con materiales reciclados, con un sistema que recupera el calor y purifica el aire. Su consumo energético ha ido reduciéndose a medida que aprendían a vivir en la casa y aprovechar las posibilidades de la construcción. Lecciones que han servido para seguir avanzando en su I+D+i. “Arrancamos con una factura de 80 euros, pero hemos ido mejorando los sistemas de recirculación de aire e instalando placas solares”, añade Echevarría. El capital inicial de la empresa fue de 300.000 euros, parte capital propio y parte con la aportación de proveedores, que les pagaron en materiales por valor de 70.000 euros. Los 80.000 iniciales los pusieron Peláez y Echevarría y 150.000 fue un crédito de Triodos Bank, en cuya IV edición del Premio Empresas quedaron finalistas este año.
Los servicios que ofrecen son los que podría hacer un jefe de obra. No son un estudio ni una constructora sino, por decirlo de alguna manera, los responsables de que se construya bien. En la casa piloto reciben al cliente que quiere hacerse o reformar su casa o local y lo ponen en contacto con estudios. Cada parte, desde el arquitecto a la constructora, hace un presupuesto. “Dividirlo abarata los costes para el cliente y ganamos en transparencia, hacemos un control de obra más exigente e imparcial”, juzga Echevarría. Cuando se da el visto bueno al presupuesto, la empresa se encarga de garantizar que materiales, planos y soluciones respondan a los criterios y estándares de eficiencia y construcción biopasiva. De cada proyecto, 100×100 madera factura el 30% del total.
“Somos como los guardianes de las esencias. Si una persona quiere un tipo de ventana porque le gusta más y nosotros no creemos que sea la adecuada, no se pone, porque hacerlo comprometería el sistema”, añade Echeverría. Junto a Raquel y Ander trabajan 33 personas más entre contratados y externos. Son en su mayoría ingenieros y arquitectos, muchos de los cuales han pasado por el alemán PassivHaus Institut, pionero en construcción eficiente, y poseedor de uno de los estándares más populares de casas pasivas.
En una casa como las que construyen, el metro cuadrado cuesta alrededor de 1.200 euros, un precio que aseguran se amortiza rápido porque la factura del combustible, “que es de por vida y seguirá subiendo”, se mantiene a raya. Confían en que cada vez haya más personas que apuesten por el cambio: “Es importante que se comprenda el ahorro energético que supone, y lo saludable que son estas construcciones, pero también que se haga presión y se denuncie el tipo de casas en las que vivimos, que contaminan y pierden energía, fruto de una cultura que construye para vender rápido con malas calidades”. La empresa proyecta, además de casas unifamiliares, edificios en madera, oficinas y escuelas infantiles.
Para ellos, el escenario perfecto sería convencer de las bondades de la bioconstrucción a diversos grupos de propietarios, desde las administraciones a comunidades de vecinos y cohousing (cooperativas de vecinos con voz para decidir cómo serán sus edificios). Son conscientes de que en las ciudades es más difícil hacerse un hueco por la cantidad de promociones de pisos que hay y, además, el precio de estas “casas sanas” se encarece por culpa de la contaminación. “Si en la sierra de Madrid cambiamos los filtros del aparato que mantiene el aire limpio una vez cada dos años, en la capital hay casas que tienen que cambiarlo cada tres meses. Imagínate lo que estamos respirando”, explica Echevarría. “El cambio debe hacerse desde arriba, penalizar por construir sin garantías de eficiencia energética”, añade su compañera. “De nada sirve la rebeldía solar si la casa pierde calor, si no está bien aislada… y nosotros estudiamos todo eso, construimos y funciona”, resume.
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